lunes, 26 de abril de 2010

La transformación de los contenidos para el editor y el profesor

Como nuestros improbables lectores ya sabréis, desde Editobits quisimos sumarnos a la celebración del Sant Jordi de una manera un tanto original. Nuestra particular aportación para ese día tan especial fue aceptar la invitación de participar en la jornada sobre El repte del “llibre de text” digital, organizada por el Gabinete de Comunicación y Educación de la UAB. Ricard moderó brillantemente una mesa redonda sobre La transformación en la industria de contenidos. Yo, por mi parte, realicé la introducción a la mesa redonda titulada El futuro de los servicios de contenidos digitales. La transformación de los contenidos para el editor y el profesor. Si disponéis de 10 minutos os invitamos a leerla. Que disfrutéis.

Buenas tardes.
Mientras preparaba la introducción para la presente mesa redonda recordé un texto del filósofo británico Michael Oakeshott que decía “Lo único indispensable para la escuela es que haya maestros; el actual énfasis en todo tipo de aparatos destruye casi por completo la escuela.” Vaya, pensé, y ahora qué hago. Mi idea original era intentar dar unas pinceladas sobre la transformación que se está produciendo en el sector editorial. Sobre todo en relación al gran reto que supone para los editores el migrar contenidos secuenciados, en forma de páginas, al nuevo modelo digital. Este cambio no deja de ser un reto tanto para los editores como para los profesores: referente a su desarrollo, para los primeros, y en lo tocante a su uso para los segundos.
La etimología de la palabra “editar” procede del verbo latino “edere” que significa ‘engendrar la vida’. Por su parte, la de “educar” viene de “educare”, cuyo significado es ‘sacar afuera, criar, cultivar’. Hasta el momento de preparar la presente introducción no me había dado cuenta de lo ligado que iba el destino de los editores y los profesores.
Para los que no estén familiarizados con el mundo de la edición, editar es embarcarte en un viaje sin retorno. Al editar se sabe de dónde partes, con quién viajas, qué medio de transporte utilizas, pero aunque sepamos dónde queremos ir no siempre se llega donde teníamos pensado. Creo que ahí reside la magia de este oficio, y es que cada día nos reinventamos a nosotros mismos engendrando nuevas oportunidades. Personalmente, como editor me siento en cada proyecto que me embarco como el Caronte pintado por Joachim Patinir en El paso de la laguna Estigia; nunca sabremos a qué punto de la orilla se dirige su barca llevando el alma del difunto. Lo único que tengo claro es que, sea como sea, el futuro siempre está más allá, al otro lado. En resumen, creo que editar es avanzar, es contribuir a que los ciudadanos sean cada día mejores y más críticos.
¿Acaso no es lo mismo que educar? Cada mañana cuando dejo a mi hija en la escuela me imagino a su profesor remando como ese Caronte sin saber si se dirige al Paraíso de los Bienaventurados, o hacia los resplandores flameantes del infierno. Lo fascinante de educar consiste en sacar a la luz lo mejor que cada persona lleva dentro. Adaptándose a las formas existentes sin doblegarlas, pero resaltando lo que mejor haya en ellas, dejando que se diluyan en el olvido las imperfecciones. El profesor, al igual que hace el pintor, casi nunca emplea colores puros, sino que los mezcla en la paleta hasta lograr un resultado final lleno de personalidad. Ese es su gran reto, que los escolares del siglo XXI abandonen la escuela habiendo aprendido a aprender y, sobre todo, a pensar.

A estas alturas de la jornada me sigo preguntando si editar y educar es realmente tan diferente. Las herramientas empleadas en la edición actual poco o nada tiene que ver con la que se realizaba hace una década y, en determinados ámbitos, casi nada con el método que se utilizaban, sin ir más lejos, hace un año. El trabajo del editor consiste, básicamente, en convertir las ideas en algo tangible: en una realidad a la que llamamos libro, tenga el formato que tenga. Dichas ideas siempre surgen de una necesidad: ya sea del público, en forma de lector, alumno en este caso, o bien, de las propias editoriales. Actualmente, el editor que quiera sobrevivir a un entorno tan cambiante ha de estar preparado para gestionar el conocimiento. Esto, que parece tan sencillo de decir, significa que ha de procurar facilitar el acceso del lector a los contenidos, intentar ser una brújula dentro del exceso de información reinante y, sobre todo, favorecer su reutilización en diferentes ámbitos. El editor ha de ponerse en el lugar del usuario final, y en cómo éste buscará en una obra la información que desea. El verdadero reto del nuevo editor está en cómo organizar y tratar el conocimiento para convertir el texto en hipertexto.
Por su parte, al profesor de hoy en día no le basta con enseñar conocimientos. Todos sabemos que lo que se aprende en la escuela poco o nada tendrá que ver con los problemas concretos que los jóvenes deberán afrontar en el futuro. Antes se pensaba que lo que se aprendía en la escuela te servía para toda la vida, pero todo cambia a una velocidad de vértigo. La escuela tiene que adaptarse a las nuevas herramientas de aprendizaje que ayuden a los alumnos a navegar dentro de un abrumante entorno sobrecargado de información. Ahora es el momento de hacer hincapié en enseñar competencias, en definitiva, en enseñar que además de aprender contenidos los alumnos han de aprender a aprender. O, lo que es lo mismo, enseñar a acceder a los alumnos al conocimiento. Algo que tiene que ver con lo que antiguamente denominábamos sentido común.

El vertiginoso ritmo de cambios de la sociedad actual exige aprendices permanentes. Me viene a la memoria el concepto de “vida líquida” desarrollado por el filósofo polaco Zygmunt Bauman. El tiempo que nos ha tocado vivir es un tiempo líquido en el que ya no hay valores sólidos sino volubles. Los modelos y estructuras sociales no mantienen durante mucho tiempo una misma forma. En resumen, nuestros días discurren en una constante incertidumbre.
El papel del editor se diluye, adoptando éste en muchas ocasiones el papel de autor, ofreciendo contenidos anónimos bajo la figura de obra colectiva. El profesor se convierte en editor pasando a seleccionar y crear los contenidos que considera necesarios para realizar su trabajo. El autor por su parte, prefiere actuar como distribuidor y ofrecer sus obras directamente al público, sin pasar por el corsé de las editoriales.
Éste es el nuevo contexto en el que nos movemos, un entorno en el que cada uno de los actores juega a representar el papel que no le corresponde. A veces tengo la sensación de estar jugando a las sillas musicales donde, mientras la música suena, los participantes están deseosos de ocupar la silla de su compañero de juego.

Tanto los editores como los profesores solemos olvidarnos del valor del papel que jugamos en la sociedad. En ambos casos hemos de aprender a gestionar correctamente nuestra reputación. Gracias al trabajo de los primeros las editoriales aportan un valor añadido como marchamo de calidad. Un libro publicado en un sello editorial, sea el que sea, implica que un editor creyó que valía la pena invertir en algo costoso de producir y aún más difícil de vender. Hasta hace no demasiado tiempo las editoriales se sentían orgullosas de lo que publicaban, ahora, ellas mismas se infravaloran. Si algo hemos de tener claro los editores es que hemos de generar contenidos, no información perecedera. Es decir, contenidos que representen conocimiento basado en el rigor y la atemporalidad.
Si los editores hemos visto cuestionada nuestra reputación qué decir de los profesores. Éstos se han visto abocados a una pérdida paulatina de su autoridad en el aula. Si los editores somos capaces de ofrecer al profesor contenidos adaptados tanto a las nuevas tecnologías como al lenguaje de los alumnos, podremos contribuir a que los profesores recuperen la autoridad perdida en el aula. Es decir que vuelva a respetarse el poder que tiene el docente tanto por el cargo que ocupa como por los conocimientos que posee.

Sin ningún lugar a dudas estamos asistiendo a un cambio de modelo social. Tal como plantea el historiador venezolano Víctor Bravo, a lo largo de la historia se han producido importantes transformaciones en la estructura del conocimiento. En las culturas orales predominaba la sabiduría. Ésta era detentada por los ancianos, poseedores de la memoria. Posteriormente, en las sociedades con escritura el papel de los ancianos fue asumido por el editor. Su valor fundamental consistía en transformar la sabiduría en conocimiento y, al igual que en el pasado hacían los ancianos, transmitirlo al resto de sus congéneres. En la sociedad actual el leit motiv ha pasado a ser la información, desdibujándose el sentido del papel del editor. Cualquiera es capaz de comunicar información, unos pocos menos conocimiento y, menos aún los capaces de transmitir sabiduría. Hoy en día, el libro ya no es considerado el emblema del saber y el conocimiento. Lamentablemente, el sector editorial que representaba en sí mismo el mundo del conocimiento ha dejado paso a otro mundo, el de la información.
¿Tendría razón el enciclopedista Condorcet cuando soñaba con textos sin autor que circularan libremente, como la mejor forma de difundir el conocimiento? La realidad es que nos movemos en un mundo en el que el 80% de los contenidos que hay publicados en la web han sido generados por los propios internautas en los que no se ha llevado a cabo ningún tipo de edición. A sabiendas de que la publicación masiva no implica la profesionalización de la masa, ahora más que nunca, editores y profesores deberíamos ir de la mano para intentar evitar que el aprendizaje siga basándose en la imitación y la repetición. Hemos de fijar nuestro esfuerzo en desarrollar herramientas que nos ayuden a detectar plagios, y a indexar materiales ya publicados con el fin de poder reutilizarlos en las aulas. Los primeros hemos de intentar difundir conocimiento y los segundos en transmitir sabiduría. De este modo podemos trabajar juntos para que la edición digital contribuya a aportar calidad frente a la cantidad de información existente.
Muchas gracias y buenas tardes.

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