
Un editor hace mucho más que imprimir y vender un libro. La labor primordial de un editor era, y es, dar forma a los contenidos. Su responsabilidad abarca la comprobación de que el discurso del texto tenga un desarrollo lógico, el control de la corrección ortotipográfica, garantizar la originalidad y veracidad del texto, elegir tipos de letra claros y legibles, desarrollar diseños de páginas adecuados, editar el texto diferenciando los elementos principales de los menos importantes, y, por último, crear remisiones e índices de contenidos para facilitar al lector el acceso a la información.
El e-ditor o “nuevo editor”, además de todo lo anteriormente dicho, ha de estar preparado para gestionar el conocimiento. Esto significa que ha de facilitar el acceso al lector a los contenidos, intentar evitar la sensación de pérdida, y, sobre todo, favorecer la reutilización de los contenidos de un catálogo editorial. Ha de organizar y priorizar la información, sin olvidarse de buscar sinergias para la creación de nuevas propuestas editoriales. El verdadero reto del e-ditor está en cómo organizar y tratar la información para convertir el texto en hipertexto. Dentro de este contexto es crucial que las empresas comprendan la necesidad de formar adecuadamente a los editores en las nuevas tecnologías para transformarlos en e-ditores capaces de generar y gestionar los contenidos de su propiedad.

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