domingo, 7 de febrero de 2010

Sobre editores y e-ditores (Capítulo 3)

En los últimos tiempos invade el sector editorial un cierto discurso continuista que recuerda las palabras que Voltaire puso en boca del doctor Pangloss: "Este mundo es el mejor que uno puede imaginar". Lamentablemente éste es el discurso de muchos editores que conozco. Digamos que mantienen la teoría de que “con la que está cayendo..., virgencita, virgencita que me quede como estoy.”

Entonces, se preguntarán mis improbables lectores ¿no hay nada nuevo bajo el Sol de la edición? Lo cierto es que hay demasiadas novedades. Es por esto que ante tanta transformación intento establecer analogías con mis referentes pretecnológicos para encontrar puntos de anclaje firmes en este entorno digital tan cambiante. Mi conclusión es que, por mucho que digan, hablar de tecnología no deja de ser lo mismo que hablar de producción y fabricación, mientras que los nuevos modelos de negocio no serían otra cosa que el equivalente a la distribución en el ámbito del libro tradicional. Y es que no conseguirán llevarme al huerto: un e-distribuidor de libros no es un e-ditor sino un simple proveedor de un trabajo que ya ha sido creado. En esta línea recomiendo la lectura del artículo de Jonathan Galassi publicado recientemente en The New York Times.
Un editor hace mucho más que imprimir y vender un libro. La labor primordial de un editor era, y es, dar forma a los contenidos. Su responsabilidad abarca la comprobación de que el discurso del texto tenga un desarrollo lógico, el control de la corrección ortotipográfica, garantizar la originalidad y veracidad del texto, elegir tipos de letra claros y legibles, desarrollar diseños de páginas adecuados, editar el texto diferenciando los elementos principales de los menos importantes, y, por último, crear remisiones e índices de contenidos para facilitar al lector el acceso a la información.El e-ditor o “nuevo editor”, además de todo lo anteriormente dicho, ha de estar preparado para gestionar el conocimiento. Esto significa que ha de facilitar el acceso al lector a los contenidos, intentar evitar la sensación de pérdida, y, sobre todo, favorecer la reutilización de los contenidos de un catálogo editorial. Ha de organizar y priorizar la información, sin olvidarse de buscar sinergias para la creación de nuevas propuestas editoriales. El verdadero reto del e-ditor está en cómo organizar y tratar la información para convertir el texto en hipertexto. Dentro de este contexto es crucial que las empresas comprendan la necesidad de formar adecuadamente a los editores en las nuevas tecnologías para transformarlos en e-ditores capaces de generar y gestionar los contenidos de su propiedad.

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