Independientemente de la materia, la diferencia entre ambos es básicamente de actitud ante el hecho de la lectura. El “lector especialista” no es un lector normal. Por norma general se acerca a un libro con el afán de profundizar sobre el significado de algo que desconoce. Por utilizar un símil cinegético, en primer lugar hace las veces de un ojeador que busca su pieza: no lee ordenadamente, sino que lee a salto de mata tratando de capturar la información que necesita. Por otra parte, no es un lector pasivo como el literario, sino que es un cazador activo de conocimiento. Por tanto, es obligación del editor facilitar la autonomía del lector para que lea lo que quiera, cuando quiera y donde quiera.
Pensando en un mercado en el que la piratería digital afecta fundamentalmente al libro técnico y universitario, no sé si es muy arriesgado proponer desde aquí un concepto de edición ortopédica, aunque tal como está el patio igual no resulta tan descabellado como parece. La realidad es que España está a la cabeza de los países de la Unión Europea en cuanto a descargas ilegales de contenidos culturales. Lo que supone unas pérdidas totales de la industria española de 1.400 millones de euros. Es evidente que hay libros que son algo más que la suma de sus capítulos, y esto debe ser respetado, pero ¿qué pasa con el resto? Con el libro técnico y universitario, por ejemplo. Si nos ceñimos al mercado de las obras de referencia es evidente que las partes de un libro coexisten dentro de una misma encuadernación, pero cada parte sigue teniendo sentido fuera del todo.
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