lunes, 14 de junio de 2010

El cambio de paradigma

A sabiendas de que mis improbables lectores pensarán que soy un pesado, cada vez estoy más convencido de que ésta no es una época de cambios sino, ciertamente, un cambio de época. Nunca he compartido la máxima de Enrique Dans acerca de que todo va a cambiar. Siempre me ha parecido escuchar en ella ecos del "gatopardismo", aquella paradoja expuesta en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Personalmente, me inclino más por pensar que a partir de ahora nada va ser como antes. No me estoy refiriendo únicamente a los cambios producidos por el ebook y sus secuelas, sino a esa especie de tormenta perfecta denominada crisis mundial y sus consecuencias en la transformación de la edición.

En la escuela nos enseñaron una interpretación del mundo que, me atrevería a decir, por primera vez en la historia está haciendo aguas. Nos educaron con consignas en las que se nos recordaba que éramos los herederos de la promesa. “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe.” (Romanos 4:13). Cuántas mentiras. La historia no es otra cosa que una sucesión de presentes que siempre acaban regresando. Por primera vez estamos en pelotas. Esta vez nada de lo aprendido con la experiencia nos servirá para salir del atolladero ¿Se dejaría usted operar del ojo que le queda por el mismo cirujano que le dejó ciego del primero? No sé usted, pero yo lo tengo claro.


Vaya panorama, ¿no? He de confesar que superado el ataque de pánico inicial, por primera vez en mi vida me he sentido libre de referencias atávicas. Por primera vez no cuento con un manual de instrucciones que seguir. No sé que piensa usted, improbable lector, pero a mí lejos de amedrentarme la incertidumbre me sube la bilirrubina hasta donde hace veranos que no me subía. Éste es el momento de romper todos los libros de estilo y comenzar de nuevo. ¿Tiene sentido en un ebook, por ejemplo, el control de viudas y huérfanas en un entorno en el que el lector puede variar el tamaño de letra a su antojo? Y como éste un motón de axiomas que se desmoronan como la arena de playa entre los dedos. Inventemos, pues, ahora es el momento. Por mucho que la “caguemos” las cosas no se pondrán mucho peor de los que están.

Es por esto que no dejan de sorprenderme las
declaraciones realizadas por Barack Obama sobre los efectos perniciosos de las nuevas tecnologías. Un político, no lo olvidemos, cuya campaña electoral se basó precisamente en el impacto de los nuevos recursos que ofrecía Internet: "Con los iPods, iPads, Xbox y PlayStation, que ignoro cómo funcionan, la información se convierte en una distracción, en una forma de diversión más que en una herramienta de emancipación intelectual.” Leer cosas como éstas despiertan mi lado más pedagógico, al tiempo que aumentan de una forma directamente proporcional mi mala leche. Ahora más que nunca los maestros deben ser artistas de la comunicación. Como diría el investigador Alejandro Piscitelli: “La educación debe convertirse en industria del deseo si quiere ser industria del conocimiento.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

La situación es la siguiente: los alumnos Universitarios (con calificación de acceso notable alto) son analfabetos funcionales, aunque tal vez sean habitantes del mundo digital. Su idea de un trabajo para nada menos que una beca de excelencia es "copy and paste" y dudo mucho que ninguno de ellos haya leído más de diez libros (ni siquiera los obligatorios). Si explicas apoyándote en un "power point" malo porque creen que el resumen es el todo y, si no, no pueden prestar atención. ¿Escuela 2.0, 3.0?¿Tabletas digitales para todos?¿ Pizarras digitales?Sinceramente, muy sinceramente creo que era Sócrates, quien sólo sabía que no sabía nada y fue condenado al ostracismo por "corromper a la juventud" quien se oponía a la enseñanza con apoyo en la escritura porque los jóvenes perderían la capacidad de memorizar y razonar. Qué razón tenía...Ya digo, melancolía o exilio.

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