No sé si me siento más como un Yankee en la corte del Rey Arturo, o como un niño con zapatos nuevos. Pero lo cierto es que aquí estoy: editando bits. ¡Quién me lo iba a decir a mí! La culpa de todo la tiene mi compañero y amigo Ricard que ha tenido la amabilidad de invitarme a esta nueva aventura.
Es curioso, pero no miento al afirmar que los habitantes del planeta Tierra implicados en la toma de decisiones (por pequeñas que éstas sean) estamos utilizando unas herramientas que nos son completamente ajenas. Lo que quiero decir es que no existían cuando nacimos y, por tanto, su uso nos ha sido impuesto. Nos educamos en la cultura de la máquina de escribir y, sin embargo, utilizamos a diario potentes y versátiles ordenadores. Crecimos con el listín telefónico y las páginas amarillas como único recurso de búsqueda de lo imposible y, a pesar de nuestras limitaciones, nos desenvolvemos con una más que notable soltura en el uso de Internet y las redes sociales.
El desconcierto en los albores del siglo XXI es general. La prueba más evidente de ello es ese comportamiento tan humano que consiste en llevar a nuestro terreno todo aquello que no somos capaces de comprender. Es decir, traducirlo a nuestro propio lenguaje. Aún recuerdo aquellas versiones orquestadas por Ray Coniff de clásicos del rock que tanto le gustaban a mi padre. Supongo que para él, la única forma de comprender las estridencias procedentes de la guitarra Gibson Doubleneck de Jimmy Page era traducirlo mentalmente a notas que salieran de las cuerdas de un violín, sonido que para él era mucho más reconocible.
En tiempos en los que seguimos confeccionando álbumes con las impresiones en papel de nuestras fotos digitales no son de extrañar situaciones tan surrealistas como la publicación en papel por parte de la editorial Bertelsmann de la versión alemana de la Wikipedia. Según Beate Varhnhorn, directora de publicaciones de la división de diccionarios del grupo Bertelsmann, su publicación pretende llegar a un “nuevo público”. Supongo que ese “nuevo público” al que se refiere la señora Varhnhorn sería el equivalente a personas como mi padre que, en su momento sin saberlo, estaban flirteando con movimientos musicales que nunca sabrá que existieron mientras escuchaban a Ray Coniff.
La industria editorial está en permanente crisis; y, un sector que vive en constante incertidumbre es un sector poco estimulado. En empresas con una cierta afinidad como las periodísticas se ve clara la necesidad de renovación. Si algo tienen claro los editores de diarios es que hay que definir un nuevo modelo de negocio agotado. Dicho modelo ha de ser cada vez más de servicios y menos de productos, capaz de generar nuevas formas de producción y comercialización. En este contexto, el libro no va a ser una excepción. Los editores hemos de hacer de la necesidad virtud y olvidar la gran falacia de que “el medio es el mensaje” (McLuhan). Para bien o para mal hemos de afrontar la nueva realidad de que el contenido se separa cada vez más del soporte. Aprendamos de la historia: de los primeros pictogramas dibujados sobre piedra el ser humano pasó a escribir sobre tablillas de arcilla, de éstas a los rollos de papiro, del papiro al pergamino, y de éste al papel. Todos ellos tuvieron un denominador común, el soporte era lo de menos, lo de más era el contenido que en él se plasmaba. Espero que mi bautizo en este blog sirva como una peculiar declaración de intenciones: el contenido, pese a los que auguran la muerte del libro, siempre sobrevivirá por encima del soporte en el que esté escrito.
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