Al parecer existen informes que apoyan el hecho de que las personas que han comprado un e-reader tienden a comprar más libros que antes de su adquisición. Si es cierta esta revolución neolítica del libro, ¿por qué los editores no se animan de una vez a ofrecer nuevos títulos consumibles? Pues parece ser que uno de los motivos es esperar un poco más hasta ver lo que puedan ofrecer los fabricantes con los nuevos dispositivos de lectura. En mi opinión, los dispositivos ya existentes son suficientemente buenos para los e-books tal y como los conocemos. La verdadera cuestión sigue siendo la de siempre: los editores deberíamos invertir más en potenciar el hábito por la lectura o, mejor dicho, en potenciar el hábito por la compra de libros sea en el formato que sea.
Tal vez deberíamos buscar estrategias más novedosas, en vez de seguir insistiendo en los dichosos premios literarios como único argumento para reactivar las ventas. Los editores no hemos de olvidar la importancia del papel que jugamos en la sociedad. Gracias a nuestro trabajo, las editoriales ofrecen una renta añadida, como marchamo de calidad, a los contenidos. Un libro publicado en un sello editorial, sea en el formato que sea, implica que un editor creyó que valía la pena invertir en algo exótico, costoso de producir y aún más difícil de vender. Ya sé que la profesionalidad hoy cotiza a la baja y que el amateur tiene hoy por hoy todas las de ganar, pero hemos de luchar contra la generalización de un mercado basado en el precio cero. No olvidemos que “la publicación masiva no implica la profesionalización de la masa, sino, por el contrario, la amateurización masiva.” (Piscitelli).
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